y hoy la recuerdo.
—Contexto. Estaba iniciando mi viaje de mochilera por Centro América (me fui tres meses sola a viajar por México, Costa Rica y Guatemala) y al inicio de este viaje fue cuando escribí esta promesa. Venía de unos años en mi vida, desde el 2020, en los que estuve llena de cambios, dudas, desconexión, pelea, incertidumbre. En el 2019 renuncié a mi trabajo corporativo y al renunciar a este, renuncié a la vida que conocía y a lo que siempre pensé que era la vida. Y con esa decisión vino el enfrentamiento de: ¿y ahora qué?
¿Y ahora qué? Y ahora me voy de viaje un año a la India, a Brasil, a Asia, al lugar más lejos posible que me saque de esta realidad que vivo, que no me representa, que no me gusta, que no me aguanto (a mi misma) y en la que me siento más perdida, ahogada y desubicada que nunca. Y ese era mi plan. Renunciar e irme a viajar un año por el mundo.
Tomé la decisión y renuncié, y después de eso la vida me puso en mi lugar. ¿En dónde? En casa. Directico a la raíz.
En noviembre del 2019 dejé mi trabajo y me regresé a Barranquilla (llevaba casi 7 años viviendo en Bogotá) y en marzo 2020 (dos meses antes de iniciar mi viaje, tiquetes comprados, reservas hechas) nos encerraron en pandemia. Listo, Isabella, ¿quieres irte lejos? No, mija. Venga le cuento: adentro es la respuesta. Ese más o menos fue el mensaje.
Entonces, otra vez, ¿y ahora qué? Hacerse cargo, montarse abordo y atravesar el infierno que me habitaba. Infierno = lo real que se sentía incómodo, doloroso, fuerte. Un infierno que no venía de afuera pero sí de adentro. De la misma desconexión que me habitaba. De ser una mujer adulta que no se sentía ella en su entorno. Que la idea que me había comprado sobre lo que era el gran éxito, la gran aspiración de la vida, la plenitud, se sentía como el más grande abandono de mi mujer salvaje.
Eso lo entiendo ahora y lo puedo poner en palabras después de haberme sumergido en trabajo de autoconocimiento, poder personal, sagrado femenino, pero antes todo era como una nubulosa en la que yo estaba en piloto automático. Dormida. Muerta.
En el 2020 empecé a escribir y también empecé, por primera vez en mi existencia, un proceso de trabajo interior con una mentora (y sobra decir pero igual lo digo: fue un proceso catalizador de vida a la enemil potencia, todo lo que sea trabajo interior lo es).
Nació mi blog (lo que ahora es mi web www.librecaminante.com/blog) y mi escritura íntima. Un diario personal (muchos) en el que sangraba a través de la tinta, en donde exploré y descubrí la escritura catártica. Un tiempo en el que tenía el corazón roto y escribía desde las grietas. Un tiempo en el que no tenía cimientos y escribía desde el vacío.
Un tiempo en el que nació Hija del Mar, una recopilación de escritos entre el 2020-2023 de un alma herida buscándose a sí misma. Ese mismo tiempo en el que hice mi viaje sola (no en el 2020 pero sí en el 2022), ya no desde el lugar de voy a escapar mi vida porque no me soporto pero sí desde un quiero vivir esta experiencia para la historia de mi vida.
Y en esa búsqueda, la del alma herida, hubo amor, desamor, viajes físicos y espirituales, dudas, rabia, reconciliación, guerras, revelaciones. Hubo vida, mucha vida porque fue aquí, a partir del 2020, a través del mirarme al espejo, de ir hacia adentro, de poner en palabras los gritos del alma, que empecé a vivir. Vivir de verdad.
La promesa, mi promesa, hace parte de este libro. Un manuscrito que está completo pero que no he publicado porque hay partes de mi que quieren que una editorial lo respalde. Y hace cuatro meses la única editorial a la que se lo he enviado me dijo que no y no lo he vuelto a intentar. No está listo para salir. O más bien, yo no estoy lista para que salga.
Y les doy un ejemplo de lo que es hacer el trabajo. Que pensando en este caso en particular, todavía no estoy ahí (en el lugar de hacer el trabajo), pero igual se los ejemplifico:
Ese no me corresponde. Lo sé. Y hay algo más detrás de ese no qué es lo que de verdad me corresponde. Hay trabajo (interior) por hacer. Quizá el deseo de que haya una "editorial grande" detrás venga de la necesidad de que alguien más, alguien "importante", lo valide. Es decir, me valide. Quizá miedo a "equivocarme", otra vez y que este tampoco sea el camino. O que haya crítica. O que el libro no guste. O que "sea demasiado". O que me "exponga" demás. Etc, etc.
Y aquí, importantísimas las comillas porque ninguna de esas ideas existe, nada de eso es real, es la mente, el ego y aquí no busco ni quiero palabras de aliento ni motivación. Con este ejemplo puntual lo que quiero es darles ejemplos de lo que es hacer el trabajo interior. Es decir, enfrentarnos con lo que hay por debajo de la superficie. Lo que hay por aprender.
En fin, auto-publicar es una opción (con mi cuento infantil Laurina Laurinita lo hice), y quizá sea el camino para darle vida a Hija del Mar, pero este bebé quiere un equipo para hacerlo. O algo así como más gente. O no tener que hacer todo sola. O ser parte de algo más, alguien más, algún lugar más, una casa. Porque este libro, poemario, diario personal, es eso: compañía, casa, hogar, refugio. Vida para otras vidas. Auxilio, aliento, un resguardo dentro de las profundidades que nos habita.
Algún día verá la luz.
Todavía no.
(Me desvié con este último ejemplo pero así me gusta la escritura y las historias y los aprendizajes, desviados. Y entonces, nos desviamos.)
Cierro contexto—.
Me hice esta promesa y hoy la recuerdo. Escrita dos años después de haber iniciado el camino del autoconocimiento y el viaje de regreso (adentro). Dos años llenos de herramientas, de enfrentamientos, de amor propio, de recoger las migajas, de llenarme de mí y aprender a caminar con el corazón en fuego. Hace 4 años estoy montada en este barco y el mar parece ser eterno. Aquí va: 30 de enero 2022 | 9:40 a.m Prometo amarme como la persona más importante de mi vida, serme fiel y honrar mis ritmos y mis tiempos. Prometo sanar mis heridas y hacer de ellas mi mayor fortaleza. Prometo abrazar, besar, llorar y reír cuantas veces quiera. Prometo seguir explorando así me llene de incertidumbre, cicatrices y tropiezos. Prometo tener cuidado pero no miedo. Prometo elegir mi libertad ante cualquier encrucijada en el camino. Prometo ser yo quien escriba mi historia, vivir de letras, escritos y sueños. Prometo escoger amar, así muchas veces duela. Prometo bailar por siempre ante la pureza del silencio. Y me prometo, Isabella, estar siempre cerca del mar, en especial al que llevo por dentro.
Somos quien le da vida a la vida,
a la nuestra.
Somos quien hace que las grietas se vuelvan cimientos,
las nuestras.
Somos quien hace que el vacío se vuelva viento de vuelo,
el nuestro.
Somos quien hace que las palabras sean poesía,
las nuestras.
Somos quién.
Somos ella.
La elegida.
Que no se nos olvide.
Ante las vidas compartidas que vivimos en soledad, gracias por ser parte de la mía. Y a las palabras que son un punto de encuentro, a esas mismas que son recuerdo, gracias por ser nuestras. Hoy me vuelvo a prometer lo prometido. Isabella.
Estos escritos hacen parte de Escritura Viva, una serie de escritos con latido en donde pongo mi alma en palabras. O, quizá, en dónde mis palabras se llenan de alma. Gracias por estar aquí.